No te da la gana de sacar la loba a pasear 4

- Pues no lo sé.
- ¿Entonces por qué paseas conmigo? Humana dijo que te fortalecerías si lo haces.
- Paseamos porque Humana lo dijo y porque no me gusta tener tareas pendientes. Los rumores de culpabilidad me desconcentran cuando pinto.
La luna volvió a parpadear y, de repente, se apagó:
- Parece que se ha fundido.
Con toda la calma del mundo, Loba dijo esto y se sentó en una roca junto al río.
- Tú no corres como Leona.
- Tú tampoco –apuntó bien ella.
Mientras me mojaba las rodillas en el agua, la miré. Tenía el pelo bastante largo y liso, de un tono algo más pardo pero tan oscuro como el mío. Desde donde estaba no podía ver ni sus colmillos ni sus garras, por eso quizás aún no me había turbado el terror. Su mirada parecía perdida y permaneció como una estatua mientras un conejo se le cruzaba por delante de las narices.
- ¿No cazas? –musité extrañada.
- No tengo hambre –contestó, y luego preguntó:- ¿no te pintas las piernas de algún color?
- No. No soy tan presumida.
- Vaya, ¡ya nos conocemos mejor! –comentó con un ligero tono de sorna.
No le hice caso. Miré mis rodillas y el resto de mis largas y estrechas piernas y me dije que no había nada de lo que enorgullecerse ahí debajo; pero que quizás si algún día me daba por correr en las crestas de las montañas, seguro que me recogería la cabellera para que culebreara entre el viento.
El paseo no parecía estar dando demasiados frutos de los que Humana me había hablado, así que decidí que quizás debíamos ascender hasta el pico de una montaña y probar si desde allí la situación tomaba otra perspectiva. La loba me siguió con paso perezoso y se multiplicó por once durante el camino. Llegamos a la cima y nos sentamos. Desde allí se veía perfectamente el plato lunar, de un gris oscuro, apagado de vejez esa misma noche. Me pregunté si acaso la loba hubiera necesitado su luz para aullar, porque llevábamos dos horas de observación y ninguna de las once copias reaccionaba. Así que protesté:
- ¿No sabes aullar?
- ¿Decepcionada?
- No, no me importa.
- Parece que no te vas a hacer una gran guerrera conmigo –se disculpó avergonzada Loba.
- A lo mejor es que Humana tenía un concepto equivocado de ti.
- Tú me tenías miedo y ahora no. También estabas equivocada.
- Puede ser –reconocí yo–, pero tú también esperabas que yo corriera o me pintara la piel de algún color y yo sólo pinto los lienzos.
Loba asintió:
- De todas formas tampoco querías pasearme para hacerte fuerte, ¿no?
- Eso es cierto. Sé que hay que hacer esas cosas, pero a mí no me motivan –me disculpé yo. La loba tardó un poco, pero acabó preguntando algo más:
- ¿Y cómo te vas a enfrentar a las injusticias?
- No lo sé. Pero igual que puede haber lobas que no aúllan ni cazan, a lo mejor también puede haber personas como yo que ni corren, ni se pintan las piernas de colores, ni son fuertes.
Entonces, sin haberlo hecho de manera consciente, me di cuenta de que tenía las dos manos hundidas entre la fina y oscura pelambre de la loba. Mis palmas y las yemas de mis manos tocaban su piel y removían los pelos recibiendo un agradable masaje. Ahí estaba Hermana acariciando a Loba como un bebé soba a cualquier perrito. El momento, como todo rito espiritual, tenía algo de voluptuoso y de infantil.
De ese modo decidí que me tenía que reconciliar con la acuarela negra chimenea porque pronto iba a tener una gran utilidad.
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