No te da la gana de sacar la loba a pasear 2

La fila de los otros cinco colores me gustaba menos porque eran más fríos. La pastilla negra chimenea estaba casi entera porque desde el principio me había retirado la palabra y no aguanto a gente como yo que retira la palabra a los demás sin darles explicaciones. A su lado estaba la elegancia en pastilla: la acuarela color uñas congeladas. De vez en cuando la usaba para darle un toque de exotismo a mis creaciones, pero –reconozco que con un sentimiento un tanto supersticioso– procuraba guardarla como piedra preciosa y que no se gastara demasiado.
Les seguían el color cielo a las 10:30 del 7 de octubre de 1834, el color verde cortina de abuela y un azul marino bastante corriente. Los tres parecían como un grupo de amigos en la barra del bar. Eran tranquilos, un poco brutos a la hora de extenderse por el lienzo y bastante maleducados en sus conversaciones. Pero como no los usaba demasiado no daban demasiados problemas.
La verdad es que me sentía un poco culpable por no variar demasiado en los colores que usaba. Para sólo diez pastillas que tenía, a la mitad no les prestaba atención. Pero está claro que era difícil concentrarse en el arte del uso del color si, cada diecisiete olas de mar, además de resoplidos tenía que escuchar un suave pero nervioso pataleo a mis espaldas. Reconocía perfectamente ese sonido: era como el de cualquier perro rascándose el cuello. El sonido tiene algo de divertido, sí, pero cuando proviene de un animal peligroso que se encuentra a sólo cuatro metros de ti, te hace menos gracia que cualquier visita inoportuna. Y hay que tener en cuenta que las visitas pueden llegar a ser muy inoportunas.
Justo a la hora en la que yo estudiaba mis acuarelas o manchaba por primera vez el pincel, Humana solía salir de paseo con Leona y era tan rápida que regresaba antes de que hubiera terminado la obra.
No te da la gana de sacar la loba a pasear ... 1, 2, 3 y 4.
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