Creo que es fundamental que en Occidente comencemos a escuchar otras voces. Así como los autores del siglo XIX se animaron a contar las consecuencias negativas de la revolución industrial, los escritores y periodistas de este tiempo debemos animarnos a narrar las consecuencias del momento histórico que estamos viviendo, para tratar de defender a sus víctimas, pero también para romper con esta suerte de pensamiento único, homogéneo, que parece haberse apoderado de gran parte de los medios de comunicación, y que tan mal nos hace como sociedad, ya que nos priva de distancia, de perspectiva, nos cierra puertas a realidades que podrían ayudarnos a madurar, a sensibilizarnos, a romper con la dinámica del individualismo y el consumo compulsivo en la que parecemos estar tan atrapados como los niños en la pobreza que los obliga a prostituirse.