De becaciones, capítulo 1: “Del día en que el ingenioso hidalgo se enfrentó al monstruo de las tres plantas”
Entré por un portal inmenso, con forma de la boca de un monstruo. Dentro había unos cinco o seis ascensores, cada uno dirigía a un grupo distinto de plantas y estuve un buen rato averiguando cuál era el mío hasta que un chico –mi salvador– me dijo “seguro que vas a la tercera, por aquí”. Supuse que tanto ascensor serviría para repartir el flujo de personas y no molestar a los vecinos.
¡Tres plantas nada menos!, me decía. Y seguí haciendo averiguaciones… diría que la agencia comenzó siendo un pequeño local en la primera y, como un virus en un cuerpo enfermizo, se extendió por el edificio. En la entrada de la redacción, la secretaria telefonista de película. Era capaz de coger el teléfono y decir “¿Europa?”, “¿qué desea?”, “espere un momento, ahora le paso” y “ahora mismo no se encuentra disponible” una media de cincuenta y cinco veces por minuto.
Mi jefa, con su innato nervio, me condujo corriendo por las tripas del monstruo sin que pudiera aprenderme el recorrido para volver a entrar o para siquiera salir. Entre pasillos, mesas repletas de papeles y escaleras, me parecía ser en realidad un pequeño trozo de bolo alimenticio recorriendo un aparato digestivo, órgano a órgano.
En el órgano virtual, también conocido como redacción de Internet, se hablaba una lengua desconocida para mí mientras que los papeles volaban de mesa en mesa, de mano en mano, de pantalla a impresora:
- ¿Has recibido ya los modis de la gallega?
- Hazme un apunte de eso, lo quiero para agenda.
- ¿A quién le tocan los waps?
- ¡Corre, la DGT!
Tengo el gusto de poder decir que en muy poco tiempo me adapté a esa jerga, pero aún me queda una expresión muy misteriosa por conocer, la que más me gusta: “Dice la abuela que le reserves sitio”. Está claro que me iré sin saber quién es la abuela.
Después de pasar cinco horas trabajando en tareas (más bien insulsas) de actualización de la web, me tuvieron que volver a ayudar para salir. Esta vez, el trayecto empezaba en la misma planta, a través de unas escaleras interiores oscuras y desiertas, que conducen a una puerta pequeña que da al portal. De modo que me dio la sensación de que finalmente había sido defecada por el monstruo.
Sorprendida de la aventura digestiva me di la vuelta, contemplé de nuevo las fauces de la bestia y me dije: “y pensar que en octubre estaba planeando ir de voluntaria de prensa a los Juegos Olímpicos de Atenas, en enero planeé ir al Fórum de Barcelona y al final en junio he acabado… en la misma Plaza de Castilla”.
“Becaciones”, una palabra-maleta inventada por la gran Dora, conocida en su casa y querida por todos.
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