Toc, toc, ¿se puede?
Se cuelan por nuestra casa sin llamar, sin avisar. Se introducen en cualquier rincón y se instalan en la vida de cada uno sin contemplaciones. Son duendes, somos los duendes, somos… los medios.
“Hay que pedir permiso para entrar en las casas como entramos nosotros los periodistas; y en algunos casos debemos, además, pedir perdón por hacerlo a cualquier hora y de cualquier manera”.
Y es que, como señala Lobatón, “todo lo que hacemos en materia de medios de comunicación, todo, tiene algún tipo de repercusión social, por acción o por omisión”. Tenemos una gran responsabilidad y, sin embargo, a veces irrumpimos en los hogares sin reflexionar.
Nuestra responsabilidad como informadores es una de las grandes preocupaciones que Lobatón desarrolla en este libro. A pesar de la flojera del inicio y el final y el desorden general del texto, se trata de un título rebosante de humanidad y sinceridad.
Varias veces me he preguntado con qué estilo, de qué manera habría que formar sobre esta profesión. Si se pueden escribir manuales periodísticos ordenados como los de biología o tecnología. También me he preguntado cómo habría que impartir las clases y, al observarlas, me he dado cuenta de que la mayoría se componen de las experiencias vitales que, como profesionales, han vivido los profesores y de las que han aprendido ciertas conclusiones. Pues la vida –contada a corazón abierto– conforma también este espacio escrito.
Pero, sin duda, lo que me interesa personalmente del libro es su testimonio como periodista comprometido. Para él, “la televisión está llamada a convertirse en el instrumento clave para conectar a la vanguardia organizada de las ONGs con la opinión pública”.
Después de experiencias como “Quién sabe dónde por Bosnia”, que logró recaudar a partir de pequeñas aportaciones cuatrocientos diecinueve millones de pesetas, la mayor contribución hecha hasta entonces desde un medio de comunicación, Lobatón afirma que la televisión es el medio más eficaz para canalizar el potencial de solidaridad existente en nuestra sociedad. A mi juicio, se trata no sólo de un dato consolador, sino de un argumento que prueba que se puede combinar la finalidad social del medio con la información y el entretenimiento.
Al fin y al cabo “uno se siente bien cuando comprueba que su trabajo sirve para algo y, sobre todo, para alguien. Sin ese certificado de utilidad social, la tarea periodística se reduce a un ejercicio de autocomplacencia, quizás más próximo a las artes de la exhibición”. El periodismo tiene que llamar a la puerta, pero no sólo como vendedor de enciclopedias, sino como vecino.
A CORAZÓN ABIERTO. Paco Lobatón. Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1997.

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