¡Claro que es mentira!
Yo era un niño como todos los niños. Había acabado mi lactancia y mis padres empezaron a pensar en mi desarrollo.
- Hay que ocuparse de su crecimiento -decía mi padre, que soñaba con verme hecho un hombre hecho y derecho.
Empezaron a atiborrarme de toda clase de reconstituyentes y a hacerme comer a todas horas. Y un día decidieron enviarme al campo.
- El campo es muy sano -decía mi padre-. Ya verás cómo en el campo se pone como un toro...
Y, efectivamente, al poco de estar en el campo empecé a comer hierba y a decir "¡mu!", y a embestir a la gente. Los excursionistas, en cuanto me veían venir, se subían a los árboles y se despojaban de toda clase de prendas coloradas. Mis padres se disgustaron mucho al verme convertido en un hermoso cárdeno chorreao, pues ellos hubieran preferido verme hecho un perito agrónomo o un ingeniero de caminos, canales y puertos.
--- Antonio Lara. "Antología". Ed. Prensa Española.
De este cuento me acuerdo yo bastante últimamente. Sobre todo a raíz de una profesora que está empeñada en hacernos unos periodistas duros y fuertes. Al parecer ella nos trata con agresividad para que estemos acostumbrados al afrontar a los peores jefes de nuestro futuro profesional.
Es más, muchas veces decimos que tenemos que enfrentarnos a cosas crueles porque eso nos va a hacer más duros. "Si pasas por esta prueba vas a aprender mucho", decimos. Pero, ¿y por qué tenemos que aguantar esto?, ¿por qué no simplemente tratar de eliminar lo bruto en lugar de incluso enseñarlo?, ¿por qué permitir que desahoguen su genio sobre los demás? (es patente incluso que a veces los cabreos se traen de casa o de momentos anteriores)
En fin, que a veces me siento como un torito y me dan ganas de contestar: ¡señor, sí, señor!
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